Cuando vi las cifras de New Hampshire el martes por la noche, empecé a tener recuerdos de una época muy diferente. Esta es la primera línea de un artículo del Times sobre las primarias republicanas de 1992 en New Hampshire:
“El presidente Bush recibió hoy un mensaje político alarmante en las primarias de New Hampshire, al anotarse una victoria poco impresionante sobre Patrick J. Buchanan, el comentarista conservador”. ¿Y cuál era el margen cuando el Times publicó esas palabras? George H.W. Bush ganaba a Buchanan por 18 puntos, 58% a 40%.
Mientras escribo estas palabras, Donald Trump está ganando a Nikki Haley por un margen mucho menor. Entonces, ¿es este resultado un “mensaje político alarmante” para Trump de la misma manera que lo fue para Bush? Aunque Trump no es el presidente en ejercicio, es el candidato en ejercicio y está llevando a cabo una versión de la clásica campaña del presidente en ejercicio. Sin embargo, sólo ha obtenido el 51% de los votos en Iowa y, en el momento de escribir estas líneas, el 54% en New Hampshire.
Es una cifra lo suficientemente grande como para demostrar que tiene un fuerte control sobre el Partido Republicano, pero también lo suficientemente pequeña como para exponer un descontento republicano significativo. El equipo de Trump promocionará el resultado como un mandato y tratará de intimidar a Haley para que abandone la carrera, y ella podría abandonar.
Es dudoso que repita la actuación de Buchanan y se quede en una carrera sin esperanza, disputando primaria tras primaria, pero si se queda en la lucha, uno esperaría que obtuviera un porcentaje mucho mayor de votos totales que el 23% de Buchanan, y ese porcentaje fue un presagio de la derrota de Bush en las elecciones generales.
New Hampshire nos dice que el G.O.P. sigue siendo el partido de Trump, pero también nos dice que el partido de Trump está fracturado, y a los partidos fracturados les cuesta ganar la Casa Blanca, sobre todo cuando un titular está en el punto de mira. Si no que se lo pregunten a Gerald Ford en 1976, a Jimmy Carter en 1980 y a Bush en 1992. Todos ellos se enfrentaron a un rival creíble en las primarias y perdieron.
No, la analogía no es perfecta, pero la advertencia sigue siendo clara. Salvo intervención del Tribunal Supremo, es prácticamente seguro que Trump será el candidato del Partido Republicano, pero es como un crucero de batalla británico en la Primera Guerra Mundial: la imponente fachada puede ocultar vulnerabilidades fatales.
Trump es lo suficientemente fuerte como para ganar las primarias del G.O.P., pero sus debilidades son reales, y cada votante de Haley ha hecho al partido el favor de demostrar que las bravatas de Trump superan su popularidad. Su victoria viene acompañada de una señal de advertencia: ha disminuido la demanda de Donald Trump.