Por ahí anda la carcasa de un tal Luismi, llenando estadios y arruinando los bolsillos de viejas brutas y burras. Mujeres frívolas que se quedaron sudando recuerdos corroídos, pagando por oír cantar a un fantoche reconstruido con pellejos reciclados.
Luismi llegó a ser considerado en su día, el hombre más lindo del mundo. Luego se puso a cantar con su aguda voz luciferina y fue el acabose para todas las idólatras de la soledad mujeril. Pero, Luismi ha sido, básicamente, un mal cantante, un mal hijo, un mal amigo (no se le conoce ninguno), un mal esposo y, por si fuera poco, un mal padre. Aracely Arámbula (una de sus cien mujeres) ha confesado que el cantante ya tiene 10 años de no mandar ni una lata leche a esa pobre casa, donde ella se quedó con dos niños a cuestas. Alimentándolos con agua de arroz.
Con su linda sonrisa de caballo bien alimentado, este elemento comenzó desde que tenía 15 años, una brutal cacería de brutas y tontas que fueron cayendo a sus pies, rendidas como becerras ante el florete de este garañón insaciable. Siempre le gustaron las borregas más preciosas, inexpertas, pánfilas y lanudas.
Se las encontraba por manadas en conciertos, foros televisivos, festivales y fiestas privadas de ricos babosos. Su carrera de semental dorado, dio comienzo el día en que un presidente de México –usando dinero de la caja del Estado – lo invitó a que diera un concierto para deleitar a una jauría de zánganas del gobierno, que casi se derriten al verlo y oírlo.
De ahí en adelante el potro no paró, se volvió una máquina sexual 24/7 y como consecuencia de esa vida desgastante, nocheriega y disoluta, la voz se le fue borrando hasta que sólo le quedó un hilito gritón de ratón mal comido. A través de hologramas y artificios de neón, lo siguen vendiendo como a un Melenudo León de los Escenarios, pero si las brutas que lo adoran lo vieran sin maquillaje y recién amanecido, saldrían espantadas, como si acabaran de ver al mero chamuco en calzoncillos.
En realidad, este hombre nunca fue un buen artista y nunca aprendió a componer. Básicamente, sus grandes éxitos son tres gritos abaritonados (con ciertos falsetes impostados) y bastantes refritos de baladas y rancheras, que fueron recicladas en los estudios de música pastiche, todo, para que El Sol de Cartulina nunca se apagara. Sus conciertos, a mitad de su meteórica carrera, se trasformaban en una lluvia de brasieres y bragas, bacanales para ligar y coros desafinados, recargados de testosterona.
En la primera etapa de su brutal cacería de alcobas, arrasó con todo el producto nacional mejicano, por ahí pasaron Lucero, Lucía, Adela, Issabela, Mariana, Daysi, Briggiti, Paty, Mirka y cualquier falda mal puesta, que tuviera cabello y tacones. Pero cuando se aburrió de las chilanguerías y de las jarochadas, agarró fuelle para ir – escopeta al hombro – a cazar tontitas internacionales de la talla de Mariah Carey. Fue coleccionando presas desde Nueva York hasta la tierra del fuego y en su imparable travesía de francotirador nocturno, destruyó matrimonios, sedujo celebridades, engañó a adolescentes y hasta se revolcó, en sus peores momentos, con aves de paso que dejaban olvidada la ropa interior en las gavetas de los hoteles.
Dicen que, en Chile, cuando llegó a aquel país para arrasar con modelos, divas y cantarinas, los carabineros abortaron un plan secreto que tenía como propósito secuestrarlo, succionarle el semen con una bomba de 200 Watts y posteriormente cortarle la mandarria para hacerla picadillo. Pero, para su buena suerte, el plan fue abortado por orden del gobierno chileno.
Cansado de las francachelas americanas, cierto día cruzó el charco llevando en la mente un plan maquiavélico: seducir a alguna tonta ricachona de la realeza europea. Y tampoco funcionó. Hoy, en la cúspide meteórica de su gran decadencia, hace giras flamantes reviviendo pasiones perdidas entre mujeres abandonadas, insatisfechas y divorciadas.
Estas brutas que gritan como unas energúmenas en los estadios, no pagarían ni cinco dólares para disfrutar el dulce piano o la dramática guitarra que muere de hambre en un bar de treinta butacas, pero, por revivir las veleidades de una momia, darían hasta un ojo de la cara. Qué le vamos a hacer, se están extinguiendo las jirafas en Somalia, pero burras hay suficientes para rellenar todos los estadios del mundo.