Por: Marcio Sierra
Casi cuatro años después de dominación refundacional castromelista lo que se percibe es un sarcasmo político desvergonzado. El hecho de establecer una oligarquía familiar, dirigida por un caudillo autoritario y antidemocrático que impone la indecencia organizada, desdicen por completo, los ofrecimientos de cambios estructurales que le hicieron a la ciudadanía. Haber votado por el Partido Libre y que Xiomara Castro asumiera la presidencia, al ganar las elecciones generales pacíficas realizadas en noviembre 2021, fue desfavorable para Honduras
La gobernanza castromelista aún sigue basando el desarrollo nacional, en los cimientos estructurales que históricamente lo frenan. Al pueblo, lo embaucaron en una trama de falsedades sobre la eliminación de las desigualdades, el tráfico de influencias, el progreso económico y el fortalecimiento institucional, porque no han ejecutado, reformas trascendentes que alteren o alcancen a transformar la base económica y social que prometieron ejecutar. Lo que realmente han hecho es redistribuir el poder y concentrarlo en cúpulas políticas castromelistas y familias aliadas a la oligarquía familiar Zelaya-Castro y ciertas cúpulas de grandes empresarios capitalistas, con quienes han convenido tratos económicos que les favorecen. Las relaciones económicas, sociales y políticas que perpetúan la exclusión, continúan prevaleciendo. No se ve desarrollo agrícola, ni fiscalidad progresiva, tampoco reestructuración judicial o educativa de fondo. Pero, sí se mantiene la economía subordinada a intereses externos y al asistencialismo como herramienta de control político.
No cambiaron en nada la falta de moral preexistente, pero la hacen crecer. Tampoco atienden con capacidad innovadora el desarrollo de acciones para sacar de la pobreza a los ciudadanos que la sufren permanentemente, sino que ejercen la manipulación al aplicar el asistencialismo espurio. Y, en vez de rescatar la institucionalidad republicana, crean el caos institucional al subordinar el poder legislativo y judicial al mandato político de la oligarquía familiar, politizando las funciones constitucionales. De modo tal, que la gobernabilidad refundacional va a pasar, como una etapa histórica fallida del desarrollo político nacional, en la que el nepotismo y la invasión de las instituciones por militantes del Partido Libre, sin formación ni merito alguno, reproducen una ineficiencia enrevesada. Es decir, intricada o difícil de aceptar.
Se puede comprobar que no se han producido cambios estructurales significativo para desarrollar el país. Pero sí, ejecutan acciones demagógicas para halagar a los pobres y acercamientos internacionales con países del bloque comunista, para obtener respaldo político.
Maquillan el país al implantar programas de apoyo a sectores vulnerables como el Bono de la Esperanza, el subsidio a la energía eléctrica, combustible para los consumidores pobres y aumentos del salario mínimo por encima de la inflación anual en varios sectores (SEPLAN, 2023), por otra parte, al establecer relaciones con China, con Venezuela y Cuba, rompiendo la pauta diplomática sostenida por gobiernos anteriores con la justificación de buscar una soberana regional más amplia.
La verdad es otra. En Honduras la migración masiva es dramática y alarmante, la informalidad laboral y la impunidad se mantienen como síntomas de una dominación que trastoca y desmoraliza a la sociedad. Desde que se inició el gobierno refundacional, las señales que dan indican la ejecución o imposición de una autoridad política que afecta la independencia de poderes, o sea, aplican un trato gubernativo abusivo que tiende a desequilibrar el Estado de derecho. No hay balance de poderes. La oligarquía Zelaya-Castro ha subordinado políticamente a la directiva del Congreso Nacional, a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, la fiscalía general y, ejerce dominación efectiva, en miembros decisivos del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. En consecuencia, los poderes del Estado han sido instrumentalizados políticamente, lo que, coadyuva a la concentración del poder y el liderazgo desde la sombra. Asimismo, al socavamiento de la credibilidad del discurso refundacional y el fortalecimiento de la supremacía masculina en la conducción política del Estado. O sea, como lo califican diversos analistas existe un “neopatriarcado político” (Calix, 2024).