Por: Jerry Carbajal, experto comunicación Política (PERIODISTA Y ABOGADO).
En política, perder nunca es solo perder. No se trata únicamente de cifras en una pantalla o actas digitalizadas: es un golpe emocional que cala hondo y activa mecanismos psicológicos que muchas veces nadie quiere admitir. La derrota electoral toca fibras íntimas, zonas donde se mezclan orgullo, identidad, proyectos personales y las peores pesadillas de perder una elección y la aspiración del poder.
Y frente a ese impacto, la mente humana —incluso la del político más experimentado— suele reaccionar con un reflejo casi automático: la negación una trampa del cerebro y una prisión emocional del mas perverso ego.
Sigmund Freud lo explicaba de forma simple y brutal. Vivimos entre dos fuerzas: el principio de realidad, que nos obliga a mirar los hechos de frente, y el principio de placer, que nos empuja a evitar el dolor. La derrota es dolorosa y las mentes debiles lo negaran siempre; por eso, antes de digerirla, muchos líderes la bloquean. No quieren, no pueden o no están listos para verla en toda su crudeza, soledad, más cuando el ego aseguraba “Yo soy el elegido y yo ganaré, porque el pueblo me quiere a mí” , creerse invencible es una debilidad de los megalomanos.
La negación funciona como un escudo psicológico. Permite suavizar el golpe y proteger el ego. Por eso aparecen frases como: “nos hicieron trampa”, “la gente no entendió”, “falló el sistema”, “nos robaron”. Son explicaciones que, aunque no tengan sustento, cumplen una función emocional: evitar que el líder enfrente la pregunta más dura de todas… ¿por qué no conecté con la gente como esperaba?.
Y ojo: negar no significa desconocer. Freud decía que la negación es, en realidad, una forma disimulada de reconocer algo sin asumirlo. La mente sabe que la derrota está ahí, pero la empuja hacia afuera con excusas, teorías y enemigos imaginarios para no lidiar con el dolor. Así nacen los relatos alternativos, las conspiraciones, las versiones heroicas y las películas mentales en las que el candidato jamás pierde: solo es víctima de un mundo injusto.
Lo peligros es que pueden llegar a manipular y mover a sus electores a la rebeldía sin medir las consecuencias, en el fondo no quiere sentirse solo en la derrota.
Aceptar una derrota implica un proceso emocional similar al duelo. Requiere tiempo, honestidad, autocrítica y la valentía de reconstruirse desde cero. No todos están dispuestos a recorrer ese camino. A veces el liderazgo está tan pegado al ego, tan mezclado con la identidad personal, que perder se siente como dejar de existir y perder el sentido de su causa derrotado en las urnas.
Cuando el candidato es megalómano, egocentrista, emocional y mitómano:
Pero la negación se vuelve más profunda y más peligrosa cuando el candidato tiene rasgos de megalomanía, egocentrismo emocional o mitomanía. Estos perfiles viven la política desde un lugar más intenso, más frágil y, paradójicamente, más violento internamente.
1. El megalómano no concibe la posibilidad de perder. Para él, perder no es un resultado: es una blasfemia.
Su autoimagen es tan grandiosa, tan inflada, que aceptar la derrota equivale a destruir la historia que se ha contado a sí mismo: que nació para liderar, que es indispensable, que es único. Por eso su mente bloquea automáticamente cualquier idea que contradiga esa fantasía.
2. El egocentrista emocional vive la derrota como una humillación
No ve el resultado como un mensaje del electorado, sino como un ataque personal.
Lo siente en el estómago, en el ego y en el orgullo.
Reacciona con impulso, con dramatismo, con victimización.
La negación no es solo estratégica; es su refugio emocional para evitar sentirse vulnerable o avergonzado.
3. El mitómano inventa historias para sobrevivir emocionalmente
Cuando mentir es parte de su estructura psicológica, la derrota se convierte en un lienzo perfecto para crear relatos que lo protejan.
Aparecen conspiraciones, enemigos que nadie vio, fraudes imposibles y versiones épicas donde él nunca cae: solo es traicionado.
Las historias no buscan convencer al país: buscan convencerlo a él.
4. La realidad, cuando llega, lo desestabiliza cuando juntamos megalomanía, egocentrismo y mitomanía, el choque con la realidad puede ser devastador.
El candidato puede: atacar instituciones,radicalizar su discurso,culpar a su propio equipo, romper alianzas, o aislarse en resentimiento y teorías que solo él cree.
La negación, que comenzó como una defensa, termina convirtiéndose en una prisión emocional y política, pero más allá de esto la realidad es que el país necesita estabilidad política, y el candidato vencedor Nasry Asfura su prudencia, serenidad y valores democráticos demostramos son la fuente de la esperanza para unificar el país, estrechar la mano de los vencidos en el juicio de la democracia, donde el país y el pueblo gano porque se expresó con civismo.
Como decía Alfonso Guillen Zelaya :«Nadie se avergüence de su labor, nadie repudie su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo fecundo.» al final que nadie se sienta derrotado si en su obra puso su mayor empeño y que nadie desde a nadie. Porque Venció la democracia y un pueblo que quiere vivir en paz.
