Honduras ante su encrucijada electoral: una lectura desde la experiencia internacional

Honduras ante su encrucijada electoral: una lectura desde la experiencia internacional

Por: Juan Carlos Jara

Las elecciones que se aproximan en Honduras coinciden con un fenómeno que no es nuevo para quienes hemos trabajado en distintos sistemas democráticos: sociedades que, agotadas por la polarización, la precariedad económica y la pérdida de credibilidad en sus instituciones, comienzan a replantearse la naturaleza misma de su representación política. Lo viví de cerca en Brasil en tiempos de crisis de legitimidad, y lo observé también en Argentina cuando la ciudadanía buscaba alternativas fuera del repertorio tradicional.

Ese aprendizaje comparado me permite analizar a Honduras con distancia profesional y sin vínculos partidarios. Mi responsabilidad es comprender procesos, no defender siglas. Y lo que hoy se observa en este país es una combinación poco habitual: una contienda extremadamente cerrada, tres candidatos competitivos sin capacidad visible de despegar y un electorado que, lejos de estar movilizado, se muestra expectante, escéptico y consciente del deterioro que lo rodea.

La economía hondureña sigue atrapada en un ciclo de crecimiento débil y desigual, mientras que los indicadores sociales revelan un desgaste sostenido. Hay un denominador común: la sensación de que el ciudadano se encuentra solo frente a un Estado que no responde, y de que la política tradicional ofrece diagnósticos repetidos pero sin soluciones concretas. Ese clima, (que en Europa se conoce bien por experiencias recientes en España, Italia o Francia y en la región en USA, Argentina, etc);  es fértil para que emerjan liderazgos externos al sistema, figuras capaces de reconstruir la confianza desde fuera del aparato partidario.

En este contexto surge la posibilidad de un “outsider” con capacidad de interlocución real. No es un fenómeno improvisado ni una anomalía: es el resultado de un desgaste estructural. Y, como consultor, mi tarea no es fabricar artificios, sino abrir un espacio que permita que una figura con credibilidad social pueda ser escuchada con seriedad. Ese trabajo lo desarrollo actualmente junto a Salvador Nasralla, cuyo recorrido fuera de la lógica partidista tradicional le otorga una ventaja clara: no arrastra compromisos, no forma parte del ciclo de desgaste y, sobre todo, conecta con un electorado que ya no confía en los actores convencionales.

Pero el proceso hondureño enfrenta además un desafío que en Europa y Estados Unidos de América, se analiza con especial atención: la calidad del terreno electoral. Las tensiones entre el oficialismo y las instituciones encargadas de administrar el proceso, la discusión sobre la transmisión de resultados y las medidas excepcionales que limitan derechos ciudadanos durante la campaña generan dudas que ningún país democrático puede darse el lujo de ignorar.

En América Latina, estas señales suelen ser interpretadas como intentos de condicionar el ambiente electoral; en Europa y Estados Unidos de  América, se leen como síntomas tempranos de estrés institucional. Ambos análisis convergen en una misma preocupación: la necesidad de garantizar que la voluntad popular pueda expresarse sin interferencias.

Las democracias no colapsan en un solo día. Se desgastan en pequeñas maniobras, en decisiones que parecen técnicas pero afectan libertades, en narrativas que buscan deslegitimar al árbitro antes de que se celebre la elección. Y Honduras, con una ciudadanía ya fatigada, no puede permitirse esa deriva.

Por eso la oposición democrática necesita algo más que discursos bien intencionados: debe ofrecer un mensaje coherente, una comunicación sostenida y una visión de país que trascienda la coyuntura. En elecciones tan cerradas, donde la diferencia puede ser mínima, el liderazgo se mide en claridad estratégica y en la capacidad de transmitir confianza en medio de la incertidumbre.

Mi análisis, construido desde la experiencia regional y europea, es sencillo: Honduras está ante un punto de inflexión. O corrige el rumbo mediante un liderazgo que represente renovación real, o corre el riesgo de profundizar una espiral de desconfianza que hará aún más difícil la gobernabilidad futura.

Las sociedades encuentran su salida cuando aparece una figura que interpreta el malestar colectivo con precisión y decencia. Ese es, hoy, el desafío hondureño. Y también su oportunidad.

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