Europa ante el desafío del Islam: entre la ingenuidad y la defensa cultural

Europa ante el desafío del Islam: entre la ingenuidad y la defensa cultural

Por: Hernán Argüello

Europa vive atrapada en un dilema que ya no puede seguir ignorando: ¿cómo manejar la presencia creciente del Islam en sus sociedades? Durante décadas, la receta fue el multiculturalismo. Se pensó que bastaba con abrir fronteras, dar subsidios y confiar en que la integración sería natural. El resultado ha sido muy distinto: barrios enteros de Francia y Reino Unido donde la sharía pesa más que la ley nacional, comunidades cerradas que rechazan la cultura de acogida y, lo más preocupante, focos de radicalismo que desembocaron en tragedias como los atentados de París, Londres o Madrid.

La experiencia francesa es un ejemplo claro. En nombre de la tolerancia se permitió que la segregación creciera hasta convertirse en una bomba de tiempo. El velo islámico, el burkini, la poligamia encubierta o el control sobre la mujer han chocado frontalmente con los valores de igualdad y libertad que Occidente presume defender. Lo mismo ocurre en el Reino Unido, donde la política de “vivir y dejar vivir” terminó legitimando guetos culturales, y en España, donde el 11-M marcó para siempre la conciencia de que no todos los inmigrantes llegan con voluntad de integrarse.

Lo que está en juego no es la fe personal, sino la visión de civilización. Para muchos musulmanes, Occidente representa decadencia y pecado. Y desde esa percepción nace la incompatibilidad: si la cultura de acogida es vista como enemiga, ¿qué integración puede esperarse? La situación de la mujer es el ejemplo más brutal. En sociedades donde la mujer occidental lucha por igual salario y autonomía, todavía llegan prácticas de matrimonios forzados, velos obligatorios y limitaciones que contradicen los derechos humanos básicos.

Ante esto, algunos países han dicho basta. Polonia, con claridad meridiana, rechazó las cuotas de inmigración impuestas por Bruselas. Su mensaje es simple: proteger la identidad nacional y evitar repetir el error francés o británico. Italia, con Giorgia Meloni al frente, sigue una línea similar: control férreo de la inmigración y defensa abierta de la cultura italiana frente a la presión de comunidades que no quieren integrarse, sino imponerse.

Europa debe elegir. Puede seguir en la senda de la ingenuidad multicultural que confunde tolerancia con sumisión, o puede reconocer que la defensa cultural también es un acto de supervivencia. Polonia e Italia marcan un rumbo que incomoda a los burócratas de Bruselas, pero que conecta con el sentido común de millones de europeos cansados de ver cómo sus valores se diluyen en nombre de una falsa inclusión.

Y la decisión ya no admite medias tintas: o Europa cierra completamente sus fronteras y digiere lo que ya tiene dentro, o aplica una expulsión masiva de inmigrantes ilegales que ponen en jaque su estabilidad. Todo lo demás es prolongar una crisis que tarde o temprano explotará.

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