El síndrome del fraude: Crónica de un derrotero anunciado

El síndrome del fraude: Crónica de un derrotero anunciado

Por: Marcio Enrique Sierra Mejía

Al coordinador del Partido Libre, el cantar de los gallos en la madrugada, le hacen despertar de mal humor, desde que se dio cuenta que las hechicerías de los brujos que consulta, no le dan los resultados que quiere obtener. Los muertos que pide que voten ya no aparecen y los vivos, le auguran una perdida inevitable. El eterno padre del castromelismo ha desarrollado un síndrome de síndromes. Una dolencia invisible pero persistente: un síndrome del fraude electoral crónico. Se trata de una afección psico-política que lo hace ver urnas maniobradas en cada esquina, conteos hechizados en cada acta, y enemigos democráticos bajo las mesas electorales. Este síndrome no figura en los manuales de medicina ni en los informes de la OEA, pero está documentado en discursos, comunicados y cadenas nacionales donde Mel, con voz de oráculo cubano, anuncia fraudes inminentes antes de que se instalen las mesas electorales. Nadie lo ha visto perder limpiamente. Cuando gana, es victoria popular, cuando pierde, es conspiración imperialista.

Otro síndrome es el delirio como doctrina. Que le apareció una madrugada húmeda de 2009, cuando fue destituido y enviado por aire a Costa Rica y juró que la CIA, el Vaticano, y el gallo pinto se aliaron para evitar la refundación cósmica del Estado. Desde entonces, el caudillo del Partido Libre, camina con un espejo retrovisor en la frente: el presente lo ve más sano que el pasado, y el futuro, una copia manoseada de la traición.

Cada elección se le manifiesta como una bufonada tragicómica donde las actas electorales están sobrecargadas, aunque los jueces electorales sean nombrados por su Partido Libre. En 2021, su síndrome se disfrazó de victoria ajena: no obstante, de que su esposa ganó, la sombre del fraude le siguió respirando en la nuca. En 2025, si su delfina no triunfa, ya está listo el libreto: el imperio yanki, los medios de comunicación, los ricos, los traidores internos, y hasta los astros votaron en su contra.

Un anciano dirigente de LIBRE dio el testimonio del delirio y pidió el anonimato “porque los fantasmas del Partido no perdonan”, cuenta que en cada reunión el coordinar hechizado saca un sobre de manila con mapas, graficas, y profecías numéricas sobre el fraude. “Ese hombre ya no compite, combate,” murmura con resignación. En las calles, los vendedores ambulantes lo dicen con humor: “Si Mel pierde, es fraude; si gana, igual es sospechoso”.

En el Consejo Nacional Electoral un talentoso muchacho técnico digital, aún ojeroso de contar votos de la pasada elección primaria, confiesa entre dientes: “la delfina hizo fraude y hay miedo…miedo de Mel cuando pierde el control y la narrativa”.

La tragedia del síndrome de fraude es doble: el caudillo de LIBRE ha convertido el fraude en una cantaleta y al pueblo con sus hechizos lo hace espectador impotente. Mientras tanto, saborea la existencia de la pobreza, la inseguridad, la corrupción, los verdaderos problemas que siguen sin escrutinio ni reconteo. El discurso del fraude es la varita mágica desgastada que ya no convence ni a los mismos castromelistas, pero que él sigue vociferando e hipnotizando con sus hechizos, a las bases sociales empobrecidas.

Como en Macondo, donde los habitantes olvidaban los nombres de las cosas y tenían que colgar letreros para recordarlas, en Honduras se corre el peligro de olvidar cómo luce una elección limpia, una derrota digna, un liderazgo que no tema el veredicto del pueblo.

Ahora andan diciendo que el síndrome del fraude que padece Mel no tiene cura, solo reincidencias. Que se calmarán, cuando su sombra gobierne por cien años o cuando la realidad le imponga una verdad tan nítida que, ni su discurso pueda nublarla. Pero eso en Honduras, donde las urnas lloran antes de abrirse, es con todo, una esperanza mágica.

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