Por: Marcio Sierra
Hoy por hoy en Honduras, la lucha política se da en el terreno de la credibilidad y no solo en las urnas. Los socialistas castromelistas ya la perdieron y esa es la razón principal por lo que aumentan las acciones políticas represivas y opresivas, en razón de los casi cuatro años de fracasada gobernabilidad. Los ciudadanos hondureños ya no creen en el discurso de la refundación y sufren el desencanto social, sobreviven al clientelismo servil y el deterioro institucional. La oligarquía familiar Zelaya-Castro depende de la manipulación que ejerce sobre la cúpula del Partido Libre, elementos de las fuerzas Armadas y la policía. Se sostienen en el poder no tanto por los logros de desarrollo alcanzados, sino por la imposición de acciones tiránico opresivas que aumentan la desconfianza ciudadana y alejan el electorado de la candidata castromelista.
Estamos cerca de realizar las elecciones el 30 de noviembre de 2025 y la batalla política se agudiza en el terreno frágil de la credibilidad. Por una parte, el Partido Libre ya decidió imponerse mediante acciones violentas tratando de boicotear el voto en las urnas. Por otra parte, los nacionalistas y los liberales enfatizan en dar la batalla en las urnas. Dada esta lógica de lucha política, los demócratas están obligados a crear credibilidad, porque es el bien político escaso de los corruptos castromelistas y del Partido Libre. El desafío de la oposición democrática es reconstruir la confianza ciudadana perdida. Ya no basta con denunciar cotidianamente el autoritarismo represivo, la corrupción o el nepotismo. Los ciudadanos hondureños en general, que ya conocen esos males, lo que anhelan es una oferta política que inspire certeza, coherencia y liderazgo ético. Para reconquistar el poder y vencer el dominio castromelista, la oposición democrática expresada en los partidos liberal y nacionalista, que son los partidos mayoritarios, no deben basarse únicamente en el cálculo electoral, sino comprometerse con una causa común: rescatar la institucionalidad democrática. En este sentido, la oratoria debe recuperar su peso moral. Prometer menos y cumplir más es lo que urge estratégicamente. Los hondureños esperan que los milagros se expresen en señales de honestidad y compromiso con el país y se supere el interés por el enriquecimiento ilícito personal o de cupulas.
Ya no se trata de decretar la credibilidad sino de construirla con actos. Los lideres políticos democráticos tienen que demostrar con hechos que van a gobernar sin repetir los vicios del pasado. Las alianzas, por tanto, deben cimentarse en principios, no en la repartición de cargos. La ciudadanía hondureña observa, compara y recuerda: la incoherencia es el mayor enemigo de cualquier proyecto de cambio. Los castromelistas se nutren del relato populista que explota la desesperanza y la desconfianza en la clase política vernácula. Y para contrarrestarla, se necesita una narrativa opuesta, pero convincente. Una que hable de transparencia, eficiencia y respeto a las libertades. Sin un discurso creíble, toda promesa de “rescate Nacional” suena vacía, por tanto, el continuismo se impondrá disfrazado de estabilidad. La verdadera batalla no es ideológica, sino moral.
