Por: Juan Carlos Jara
La reciente reunión de la CELAC en Honduras, organizada con gran despliegue por el gobierno de Xiomara Castro, deja más preguntas que respuestas y una sensación amarga para quienes aún creemos en la democracia como valor irrenunciable en América Latina.
Lejos de ser un espacio plural de integración regional, la cumbre se transformó en un foro ideológico de la izquierda autoritaria latinoamericana. La presencia destacada de personajes como Nicolás Maduro y otros líderes del llamado socialismo del siglo XXI convierte a este evento en una suerte de relanzamiento del Foro de São Paulo, bajo un nuevo ropaje diplomático.
Desde la perspectiva de un país con profundas necesidades económicas y sociales, resulta escandaloso que el gobierno hondureño haya destinado más de 5 millones de dólares para una cumbre carente de propuestas concretas. En un momento en que la pobreza, el desempleo y la migración forzada golpean a miles de familias hondureñas, este gasto se vuelve no solo cuestionable, sino ofensivo.
La CELAC, tal como fue convocada en Tegucigalpa, no arrojó ningún acuerdo relevante para la integración económica, la seguridad regional o el combate a la corrupción. No hubo diálogo sustancial sobre comercio, infraestructura, ni estrategias para frenar el narcotráfico o mejorar la calidad democrática. Lo que hubo, en cambio, fue un desfile de discursos anacrónicos, cargados de retórica antiimperialista, que no conectan con los desafíos reales de los pueblos latinoamericanos.
Más grave aún, este tipo de encuentros sirven para normalizar y blanquear dictaduras como la de Venezuela o Nicaragua, cuyas violaciones sistemáticas a los derechos humanos están ampliamente documentadas. Otorgarles tribuna y legitimidad política no solo ofende a sus víctimas, sino que pone en riesgo el frágil equilibrio democrático en otros países de la región.
Honduras corre hoy el riesgo de aislarse de sus aliados naturales: aquellos países que, con todos sus defectos, aún defienden el Estado de derecho, las elecciones libres y el respeto a la institucionalidad. La política exterior no puede ni debe ser una extensión del proyecto ideológico de un partido; debe responder al interés nacional y a una visión de futuro compartido.
Como Consultor Político Internacional, y con años de experiencia en procesos democráticos en América Latina y otras regiones, advierto con preocupación que la región se encuentra nuevamente en una encrucijada: o profundizamos los caminos de diálogo democrático, crecimiento económico y respeto a las libertades, o cedemos ante la tentación de repetir modelos que solo han traído miseria, represión y éxodo.
La CELAC, si quiere tener razón de ser, debe volver a su origen: ser un espacio de integración real, con vocación de consenso y sin exclusiones ideológicas. Mientras eso no ocurra, continuará siendo lo que fue en Tegucigalpa: una cumbre cara, inútil y peligrosamente politizada.