Unos pocos datos pueden ofrecer una primera visión de cuán turbulenta y compleja ha sido la historia política de la República de Honduras, desde que se promulgara la primera Constitución, en diciembre de 1825: 11 de sus gobernantes han accedido al poder por la vía del golpe de Estado. En dos ocasiones, el país ha sido gobernado por juntas militares. 16 de sus presidentes no pudieron finalizar el período que les correspondía gobernar.
A estos reveladores números podrían añadirse decenas de relatos de sabotajes judiciales, torcimientos políticos, trabas institucionales, trampas que ocultaban su ilegalidad y más. En un reciente artículo de Sandra Ponce, abogada y ex Fiscal Especial de los Derechos Humanos de la nación hondureña, afirma que desde 1963 hasta ahora, han proliferado las interrupciones constitucionales, pero no solo de carácter militar: también judiciales y legislativas. Advierte: ya no hacen falta tanques para perpetrar un golpe de Estado. En dos ocasiones, en 2023 y ahora en 2025, el Congreso Nacional ha interrumpido la continuidad legislativa (quiero añadir que Ponce ha sido una voz firme y consecuente en contra de la persecución a periodistas y medios de comunicación).
Honduras, nación de extraordinaria biodiversidad, cuya población supera los 10 millones de habitantes, es ahora uno de los principales centros de interés geopolítico en América Latina: el próximo 30 de noviembre se realizarán elecciones generales, en las que se definirá quién será el presidente de la República durante el período 2026 a 2030. También, quiénes serán los 128 diputados –y sus respectivos suplentes– que conformarán el Congreso Nacional, más otros 20 diputados al Parlamento Centroamericano.
Y, además, se elegirán a 298 alcaldes, más 298 los vicealcaldes correspondientes, y casi 2200 regidores (figuras equivalentes a los concejales en otros países). Hay que recordar que más de 6,5 millones de ciudadanos podrán participar en la jornada electoral, bajo una legislación que considera el voto como un derecho, pero no una obligación.
A medida que el país se aproxima al 30 de noviembre, un ambiente de virulencia, turbiedad, juego sucio y maquinaciones, va ocupando la escena pública. Cuestiones fundamentales como la consolidación del modelo democrático; la profesionalización de las instituciones; las políticas del Estado contra el narcotráfico, el lavado de dinero y la corrupción; la acción sistemática en contra de la pobreza; el establecimiento urgente de un programa que permita a campesinos y productores del campo hacer frente a las consecuencias del cambio climático, y otros temas fundamentales han estado ausentes o casi ausentes a lo largo de la campaña electoral. Las preguntas sobre el futuro inmediato y a mediano plazo de Honduras han sido desplazadas a un segundo o tercer plano.
Quien se proponga ahora mismo entender qué ha ocurrido en los últimos meses en Honduras, como antesala al 30 de noviembre, tendrá que hacer un esfuerzo de ordenamiento y comprensión en el torrente de acusaciones, descalificaciones e insultos; rechazo de candidatos y de organizaciones partidistas; cambios en reglamentos y legislaciones en materia electoral; graves conflictos internos entre las autoridades del Consejo Nacional Electoral; revelación de prácticas de espionaje del Poder Ejecutivo contra altos funcionarios de otros poderes públicos, particularmente de la institución electoral; maniobras impulsadas por el gobierno de Xiomara Castro de Zelaya para remplazar el funcionamiento del Congreso Nacional en pleno, por una Comisión Delegada controlada por el Ejecutivo; y, así, una larga ristra de hechos torcidos, escándalos incesantes, palabras infamantes y bajezas que, vistas en conjunto, aparecen como elementos ruidosos y deliberados de un objetivo mayor: propagar la incertidumbre y las sospechas hacia el sistema electoral, hacia sus instituciones y autoridades, y hacia el propio acto electoral.
El madurismo interviene
Lo que este artículo viene a decir, es que el empantanamiento de la atmósfera social, institucional, política y hasta económica que ahora afecta a la sociedad hondureña, no es el producto exclusivo e infortunado del caos y los desafueros de la politiquería. Es, por encima de esos factores, el resultado del una estrategia diseñada por el madurismo, que en los últimos meses ha enviado a varios funcionarios y agentes a ese país, con el propósito de alcanzar un objetivo: que los ciudadanos no salgan a votar. Que la abstención, que en 2021 fue de alrededor de 32 %, se incremente por encima del 45 %.
Hay que recordar aquí que la presidenta Xiomara Castro de Zelaya, es la esposa de Manuel Zelaya, que fue presidente de ese país, y fue derrocado en 2009 cuando, violando las leyes y la Constitución, intentó establecer una Asamblea Nacional Constituyente, que redactara una nueva carta constitucional.
A medida que las investigaciones y datos aportados por autoridades, medios de comunicación y ONG avanzaron, el amplio entramado de corrupción encabezado por Zelaya, quedó expuesto claramente, entramado cuyos tentáculos alcanzaban al régimen de Chávez y Maduro, aliado y cómplice de los esposos Zelaya. Que no se olvide que Hugo Chávez le dio un cargo a Manuel Zelaya en Petro Caribe, en el año 2010.
Lo anterior nos permite vislumbrar la importancia que tiene el proceso electoral hondureño, no solo para la democracia hondureña, también para Venezuela y América Latina. En las encuestas recientes es evidente que el candidato del opositor partido Liberal, Salvador Nasralla, ha logrado tomar ventaja sobre la candidata del oficialismo chavo-zelayista, Rixi Moncada. El 29 de octubre, el periodista Carlos Chamorro comentaba los recientes resultados arrojados por la encuestadora Demoscopia, en la que Nasralla supera claramente a Moncada.
Esa es la razón por la que el chavo-zelayismo intenta estimular la abstención: para facilitar el fraude en curso. El caso se asemeja a lo ocurrido en Venezuela, en las elecciones del 28 de julio de 2024: el fraude que había montado el chavismo se desmoronó, bajo el poderío de una masa electoral que las previsiones hechas por el régimen y también por la oposición: así, Edmundo González Urrutia obtuvo un triunfo inequívoco sobre Nicolás Maduro, que señala el camino que las cosas podrían ocurrir en Honduras: masiva asistencia a los centros de votación, holgado triunfo de Salvador Nasrala, derrota para el chavo-zalayismo, y también para las tres dictaduras del continente: Cuba, Venezuela y Nicaragua.
