La política como catalizadora de odio en Honduras

La política como catalizadora de odio en Honduras

Por: Ángela Sosa

El odio en la política no es un fenómeno nuevo, pero en los últimos años ha adquirido una fuerza preocupante en diversas sociedades. El discurso político, que debería ser un espacio de propuestas y diálogo constructivo, se ha convertido en muchos contextos en un terreno fértil para la división, la confrontación y la deshumanización del adversario. Este clima hostil no solo erosiona las instituciones democráticas, sino que impacta directamente en las familias, las comunidades y los pueblos enteros.

Cuando el odio se convierte en motor de la política, la convivencia social se ve minada. La comunidad ya no se percibe como un espacio plural de encuentro entre diferencias, sino como un campo de batalla entre enemigos irreconciliables. De esta manera, la política deja de cumplir su función esencial de buscar el bien común y se transforma en un instrumento de destrucción recíproca. El precio lo pagan, sobre todo, los sectores más vulnerables de la sociedad: los niños que crecen en ambientes de intolerancia, las familias que se dividen por ideologías y las comunidades que se polarizan hasta perder su tejido de solidaridad.

La polarización ideológica es uno de los frutos más amargos del odio en la política. Cuando los discursos se radicalizan, desaparece el espacio para los matices y el diálogo. La sociedad se divide en “ellos contra nosotros”, y cualquier intento de construir puentes es visto como una traición. Esta lógica binaria se filtra en todos los niveles de la vida social, llegando incluso a las mesas familiares, donde las discusiones políticas generan tensiones insostenibles.

El daño de esta polarización va más allá del ámbito emocional: deteriora la confianza en las instituciones, paraliza los procesos de gobernabilidad y alimenta la violencia social. Socava el sentido de comunidad y destruye la posibilidad de construir consensos mínimos necesarios para sostener el estado de derecho y la democracia.

Neutralizar esta polarización no significa eliminar las diferencias, pues estas son naturales y enriquecedoras en una democracia. Lo que se requiere es un cambio de enfoque: líderes sociales y políticos que comprendan que su tarea es construir paz y tolerancia relativa y no perpetuar rivalidades. La diversidad ideológica debe convertirse en un motor de pluralidad y participación, no en un catalizador de odio.

En este contexto, los derechos humanos juegan un papel fundamental. Deben ser entendidos como un faro que guía hacia la justicia, la ley equitativa y el respeto a la dignidad humana. Sin embargo, existe el riesgo de deformar su sentido cuando se interpretan como una carta blanca para la permisividad absoluta.

Los derechos humanos no son sinónimo de libertad ilimitada, pues toda libertad se equilibra con la responsabilidad y el deber hacia los demás. Cuando se conciben como un campo sin restricciones, se abre la puerta al abuso: personas que creen tener derecho a dañar a otros, a incumplir sus deberes cívicos o a vulnerar el orden democrático sin asumir consecuencias. En ese escenario, los derechos pierden legitimidad y se transforman en excusas para el caos social.

 

Por ello, es necesario volver a la raíz: los derechos humanos nacen para proteger la dignidad de todas las personas, pero siempre en armonía con el respeto a los deberes ciudadanos, al estado de derecho y a la convivencia pacífica. Ser libres no significa vivir sin límites; significa vivir con responsabilidad en el marco de una ley justa.

Ante la crisis de odio y polarización, los líderes sociales tienen un papel determinante. No basta con denunciar la violencia verbal o simbólica; es necesario convertirse en agentes activos de reconciliación. Su voz debe alentar la tolerancia relativa, educar en valores democráticos y promover la empatía entre las personas que piensan distinto.

Apreciados lectores, un verdadero liderazgo no alimenta la división, sino que abre caminos para el encuentro. Implica escuchar al otro, incluso cuando sus ideas parecen irreconciliables, y construir propuestas que respondan al bien común. El ejemplo de líderes comprometidos con la paz y la justicia puede convertirse en una poderosa herramienta para sanar comunidades fracturadas, alcanzar el desarrollo sostenible y garantizar el funcionamiento real del Estado de derecho; y es por todas estas razones, que en las próximas elecciones hay que votar por la paz, el perdón y la construcción de una nueva Honduras, fíjate bien porque de esto depende tú futuro y el de tu familia!!.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *