Por: César Indiano
Desde los inicios de su postulación a la presidencia de la república, la campaña electoral de la abogada Rixi Moncada no ha tenido ni los ribetes ni el aspecto de una campaña política sana, sino, todo el talante de una operación estratégica para garantizar la continuidad del Partido Libertad y Refundación. Ojo, el deseo de continuar es normal, es legítimo, de eso se trata la doctrina de la continuidad.
Pero, son cosas muy distintas “una operación política” a una “campaña electoral”.
En una campaña electoral el candidato (en este caso la candidata) diseña una estrategia publicitaria juntamente con ciertos programas de gobierno que deben emocionar al elector, estos programas en lo financiero y social deben ser acordes con las aspiraciones de las mayorías, caso contrario desmotivan y colisionan con el interés de los electores. Recordemos que se necesitan 50 más 1 para ser presidente de un país y en Honduras menos, porque al no haber segunda vuelta los candidatos se pueden coronar con el 35% de los votos válidos.
En una campaña electoral los estrategas saben que “perder es una opción” y que el factor fraude ni tan siquiera cabe en el esquema. Pero lo más importante, en una campaña electoral el candidato les baja varias rayitas a sus emociones personales generalmente subjetivas, para darle énfasis a la fría realidad de la vida nacional en todos sus contrastes.
Ahora bien, qué es una “operación política para ganar una elección”. En una operación política el candidato (en este caso la candidata) se centra en un conjunto de maniobras impositivas donde los correligionarios son presionados contra una pared de hormigón. En una operación política el voto se cotiza y se compra; los empadronamientos se purifican con un estilo policial y a través de un esquema STASI todos los afines y seguidores deben mostrar lealtad con firma y huella en listados políticos cerrados. Cuando la operación está en marcha, los asesores llenan la boca del candidato (en este caso de la candidata) con bazucas y misiles de largo y corto alcance.
Mediante intensos bombardeos verbales el candidato se va a la guerra y cañonea indiscriminadamente a los medios de prensa, a los empresarios, a los yankis, a los pitiyankis, a los religiosos, a los judíos, a los conservadores y a todos aquellos mal nacidos que la candidata detesta por motivos casi siempre desconocidos. Y cuando la operación está en riesgo, la candidata acaba diciendo que todos somos unos comemierdas ultraderechistas, mal paridos hijos de Hitler, incapaces de valorar sus clamores y sus gritos en el desierto.
Siendo sinceros, creo que la abogada Rixi Moncada eligió el camino incorrecto, porque al aceptar ser parte de una operación política inflexible, renunció a su propia identidad profesional y optó por volverse fea, sin serlo. Para ser coherente con la operación política venezolana que se puso en marcha desde hace seis años en Honduras, Rixi dejó de sonreír para adoptar la cara de un bulldog enjaulado, se aprendió las tontas consignas que ya ni Rosario Murillo utiliza por obsoletas. Porque uno no espera ver a una joven profesional de las Ciencias Jurídicas enarbolando en pleno siglo XXI consignas ridículas como “hasta la victoria siempre”, “patria libre o morir” o “ni olvido ni perdón” y lo peor, acabó como una agotada espadachina de las graves e incorregibles fallas del Zelayato.
La fallida operación de la abogada Rixi Moncada, la obligó a llevar sobre sus espaldas pesadas cargas ideológicas, enormes fardos de corrupción gubernamental y una cruz de aborrecimiento que no cuadra con las verdaderas aspiraciones de la gente sencilla, práctica y humilde. Enferma de odio gratuito, condena desmedida y venganzas imaginarias, Rixi Moncada avanza lentamente hacia su propia crucifixión electoral. Ni aunque viniera a Honduras una comisión de marcianos expertos en alteraciones electrónicas, Rixi tiene alguna posibilidad de ganar las elecciones en noviembre. Su anhelo de poder tendrá que postergarse y el Zelayato – por el bien de Honduras – tiene que llegar a su fin.