Por: César Indiano
Lo dan por muerto, pero, si vamos a hablar la verdad, sería mejor que no hiciera erupción ese volcán apagado que ha sido en los recientes años el Partido Nacional de Honduras. Los exaltados líderes que ahora están en la disputa hablan del Partido Nacional como de un cadáver insepulto cuyos ropajes y banderas ya no flamean ni en los velorios.
El ciego triunfalismo de los rivales los lleva a decir que dicho partido tradicional no es más que una tumba abandonada en el desierto, que los todopoderosos líderes se dieron a la fuga y que después de la debacle del 2021 ya no existe ninguna posibilidad de volver a reconstruir pasiones populares que lleven al Partido Nacional a la victoria. Los que así razonan olvidan ciertos detalles que vale la pena refrescar.
Aun en su peor momento, cuando nadie daba un peso por los cachurecos, me refiero a la contienda del 2021, el Partido Nacional – liderado por Nasry Asfura – llegó a un millón doscientos cuarenta mil votos obteniendo el 37% de la masa electoral. No es un número malo si lo comparamos con el lamentable porcentaje de los liberales que alcanzaron 335,762 votos y si tenemos en cuenta que el Partido Nacional nadaba contra la corriente turbulenta provocada por la caída del expresidente Juan Orlando Hernández. El famoso abrazo que Nasry Asfura le regaló a Xiomara Castro felicitándola por el triunfo del 2021 tenía un significado “me ganaste por poco, pero seguimos vivos mamita”.
Los odiadores del Partido Nacional, situados, unos, en la izquierda oficial de tono radical, y otros, en la derecha progresista de un partido liberal parchado, describen a los cachurecos como a una masa en desbandada que perdió el derecho moral de volver a gobernar porque su máximo líder está encarcelado en los Estados Unidos.
Pero, en política las pasiones funcionan al revés, entre más agravios recibe el líder, mayores son las simpatías de sus seguidores, tanto así, que, si por esas cosas de la vida Juan Orlando Hernández fuera liberado, al día siguiente volvería a ganar fervientemente las elecciones en Honduras. Cada vez que los expertos asocian la política con la moral, cometen graves errores en su análisis.
Y podríamos decir un par de cosas más. En las circunstancias actuales es imposible que un cachureco vote a Salvador Nasralla; excepto que esté desquiciado.
En el siglo XX el Partido Nacional – a las buenas o a las malas – fue dominante durante 75 años y en lo que va del presente siglo sólo dos veces ha perdido las elecciones.
No sé si el candidato nacionalista, don Nasry Asfura, pueda despertar a ese gigante dormido, pero, si lo hace, se podría desatar una tempestad de olas azules el próximo 30 de noviembre. Si los líderes del Partido Nacional tocan la trompeta a la hora correcta y desde el cerro más alto de sus glorias pasadas, podrían salir nacionalistas hasta debajo de las piedras.
