Por: Alex Campos
En un país como Honduras, donde la democracia es frágil y las instituciones tambalean, un ejército corrupto puede ser el golpe de gracia para el sistema. No hablamos de teorías conspirativas ni de ficción política; hablamos de la historia y de cómo las fuerzas armadas, cuando se contaminan con intereses oscuros, terminan devorando la democracia que juran proteger.
El primer síntoma del problema es la intromisión militar en la política. Cuando un ejército deja de ser un garante de la soberanía para convertirse en un jugador dentro del tablero político, la democracia está en peligro. En Honduras, ya hemos visto cómo los golpes de Estado han sido justificados bajo el pretexto del orden y la estabilidad, cuando en realidad son maniobras para favorecer élites y perpetuar intereses particulares.
Luego está la conexión entre la corrupción y el crimen organizado. Un ejército que debería combatir el narcotráfico puede terminar protegiéndolo, recibiendo sobornos y cerrando los ojos ante el tráfico de drogas y armas. Este maridaje entre militares y crimen no solo dispara la violencia, sino que destruye la confianza de la población en las instituciones.
Otro factor clave es la represión de la oposición y la sociedad civil, con ejemplos de vecinos como Nicaragua, una clara perdida de una nación como la república cubana de Venezuela. Un gobierno con militares a su servicio puede usar la fuerza para silenciar periodistas, manifestantes y opositores. ¿Protestas en las calles? Balas y gas lacrimógeno. ¿Denuncias en la prensa? Censura e intimidación. Cuando el miedo sustituye al debate, la democracia deja de existir.
Finalmente, la corrupción militar asfixia la economía. Desvío de fondos, contratos amañados y compras infladas significan menos inversión en educación, salud e infraestructura. Sin desarrollo, la pobreza se arraiga y la ciudadanía pierde su voz y su voto efectivo.
En resumen, un ejército corrupto no solo traiciona su misión; se convierte en el sepulturero de la democracia. En Honduras y en cualquier país donde esto ocurra, el mensaje es claro: o se limpia la institución desde adentro, o el futuro será escrito con botas, bayonetas y sangre.