La fiscalía hondureña ha tejido una historia que ni en las novelas de ciencia ficción tendría sentido. Según su relato, el proyectil que mató a Isis Obed no fue disparado por nadie en particular. No. Este proyectil tenía vida propia, salió de la pista, dio vueltas en el aire y, como un misil teledirigido, encontró su blanco en medio de la multitud. Una teoría absurda, una mentira disfrazada de justicia.
Pero la injusticia tiene rostro, y hoy la pagan tres generales que, tras décadas de servicio a la patria, ahora en la honrosa situación de retiro, son perseguidos por un crimen que no cometieron. Con una lógica torcida y una acusación forzada, la fiscalía los convirtió en chivos expiatorios, mientras el verdadero culpable material sigue protegido por el gobierno y el autor intelectual, Manuel Zelaya, se burla de todos desde las alturas del poder, proclamando como Luis XIV: “El Estado soy yo”.
El juicio es un circo, un espectáculo de hipocresía donde los inocentes son condenados y los verdaderos responsables se pasean impunes. Pero la verdad, tarde o temprano, siempre se abre camino. La historia no olvidará este abuso, y el pueblo tampoco.
Sargento Primero Reservista Pablo Lobo Sánchez, residente en Filadelfia, EE.UU