Por: Hernán Argüello
La relación entre Estados Unidos y China tiene raíces estratégicas que se remontan a 1971, cuando en plena Guerra Fría, el entonces asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, realizó una visita secreta a Pekín para iniciar un acercamiento con el gobierno de Mao Zedong.
El objetivo era claro: contrarrestar la influencia de la Unión Soviética abriendo la economía china al mundo occidental y las Empresas norteamericanas se beneficiarían de la mano de obra barata.
Este pacto económico —ampliado luego con la apertura formal en 1979 bajo el presidente Jimmy Carter— generó un fenómeno inesperado: el surgimiento de China como potencia económica y militar global.
Hoy, Estados Unidos enfrenta un dilema estratégico: el mismo país que ayudó a integrar al sistema económico mundial, se ha convertido en su mayor rival.
China, al no tener procesos democráticos ni elecciones libres, puede mantener políticas económicas agresivas sin presiones internas.
Además, el gobierno chino ha sido criticado internacionalmente por no respetar los derechos de propiedad intelectual, no cumplir plenamente compromisos ambientales (cambio climático), no respetar los derecho humanos, y más recientemente apoyó a Rusia en el conflicto contra Ucrania.
Aunado al frente económico, la postura occidental se ve fortalecida por el creciente expansionismo militar de China en el Mar de la China Meridional, sus amenazas a Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunei e Indonesia, Y fuera del Mar de China Meridional, pero dentro de la proyección marítima china, Japón y Corea del Sur.
Su alianza tácita con regímenes como Rusia, Corea del Norte e Irán. A nivel comercial, prácticas como el dumping, los subsidios estatales ocultos y la falta de reciprocidad regulatoria generan distorsiones que perjudican a las economías abiertas. Y en el plano tecnológico y diplomático, el espionaje industrial, la presión sobre empresas globales y la llamada “diplomacia de la deuda” completan el perfil de una potencia que desafía no solo las reglas del libre mercado, sino también las del orden liberal internacional.
Realmente, la explosión económica de China fue posible en gran parte gracias al acceso preferencial a los mercados occidentales, particularmente al estadounidense.
Pero, el 40% del consumo global proviene de Estados Unidos.
Este mercado ha sido la columna vertebral que impulsó el crecimiento industrial de China y de muchas economías exportadoras en Europa y Asia.
Ante este escenario, los nuevos aranceles impuestos por Estados Unidos buscan, reducir la dependencia de China e incentivar el regreso de la producción (especialmente tecnológica) a suelo estadounidense; esto protege la innovación y generar empleos locales.
Por tanto, aunque el actual conflicto comercial parece tenso, el trasfondo es positivo a largo plazo pues Estados Unidos busca fortalecer su economía interna.
América Latina y otros aliados estratégicos podrían beneficiarse de nuevas oportunidades de inversión, producción y crecimiento.
Apostar por Estados Unidos, sigue siendo, en perspectiva histórica, apostar por el país que ha demostrado ser motor de progreso y estabilidad democrática.